Alfredo Vilchis nació en 1958 en Tacubaya, un antiguo pueblo de la ciudad de México, y vive en Minas de Cristo, en Mixcoac.
Como muchos niños, Vilchis prefería dibujar que estudiar. Desde pequeño dibujaba todo el día y en todos lados.
Al terminar la primaria, abandonó la escuela. Lo curioso es que cuando Vilchis se dedicó de lleno a la pintura, su pasión lo llevó de nuevo al estudio y a los libros.
Como muchos autodidactas, Vilchis convirtió libros, revistas y periódicos en sus maestros. Sustituyó el rigor de un programa académico con la exigencia propia y la disciplina de la pasión cultivada. Cuando los libros no son suficientes, va a los museos y a las iglesias, para ver lo que otros pintores han realizado. Vilchis se formó a sí mismo experimentando, en los dos sentidos del término. Convirtió a sus lecturas en auténticas experiencias de viaje a través del tiempo y del espacio, que se prolongan en sueños. Y también experimentó diferentes técnicas para emular a los artistas que eligió como maestros.
En suma, Vilchis se hizo heredero de la Escuela mexicana de pintura. Se ve a él mismo en la tradición de Posada. Ciertos críticos han señalado la afinidad de sus exvotos con las fotografías de Gabriel Figueroa y siente a Chucho Reyes cercano a él.
Al reconocerse en una genealogía y entrar en diálogo con sus maestros, también se asumió como un participante activo en la historia del arte mexicano. En ese momento Vilchis dejó el anonimato y comenzó a firmar sus exvotos como “el pintor del barrio”…
Dentro de la tradición, los exvotos son obras donde lo humano y lo divino se reconcilian, en un acto de gratitud. Y quizá sea esta palabra, reconciliación, la que mejor defina uno de los aspectos centrales del arte de Alfredo Vilchis: el liberalismo y la fe católica se reconcilian de un modo natural en su mirada sobre la Revolución mexicana; de la misma forma que en su lenguaje pictórico lo culto y lo popular, lo actual y lo antiguo, lo trágico y lo cómico, la ironía y la compasión, lo sagrado y lo profano, lo íntimo y lo social, encuentran su punto de equilibrio, su armonía.
Tal vez su obra sea un acto de reconciliación de la sociedad mexicana consigo misma, en un espíritu de juego y desde el reconocimiento de que no hay mayor autenticidad que cuando, al afirmar la propia vulnerabilidad, uno se reconoce en el prójimo.
Como muchos niños, Vilchis prefería dibujar que estudiar. Desde pequeño dibujaba todo el día y en todos lados.
Al terminar la primaria, abandonó la escuela. Lo curioso es que cuando Vilchis se dedicó de lleno a la pintura, su pasión lo llevó de nuevo al estudio y a los libros.
Como muchos autodidactas, Vilchis convirtió libros, revistas y periódicos en sus maestros. Sustituyó el rigor de un programa académico con la exigencia propia y la disciplina de la pasión cultivada. Cuando los libros no son suficientes, va a los museos y a las iglesias, para ver lo que otros pintores han realizado. Vilchis se formó a sí mismo experimentando, en los dos sentidos del término. Convirtió a sus lecturas en auténticas experiencias de viaje a través del tiempo y del espacio, que se prolongan en sueños. Y también experimentó diferentes técnicas para emular a los artistas que eligió como maestros.
En suma, Vilchis se hizo heredero de la Escuela mexicana de pintura. Se ve a él mismo en la tradición de Posada. Ciertos críticos han señalado la afinidad de sus exvotos con las fotografías de Gabriel Figueroa y siente a Chucho Reyes cercano a él.
Al reconocerse en una genealogía y entrar en diálogo con sus maestros, también se asumió como un participante activo en la historia del arte mexicano. En ese momento Vilchis dejó el anonimato y comenzó a firmar sus exvotos como “el pintor del barrio”…
Dentro de la tradición, los exvotos son obras donde lo humano y lo divino se reconcilian, en un acto de gratitud. Y quizá sea esta palabra, reconciliación, la que mejor defina uno de los aspectos centrales del arte de Alfredo Vilchis: el liberalismo y la fe católica se reconcilian de un modo natural en su mirada sobre la Revolución mexicana; de la misma forma que en su lenguaje pictórico lo culto y lo popular, lo actual y lo antiguo, lo trágico y lo cómico, la ironía y la compasión, lo sagrado y lo profano, lo íntimo y lo social, encuentran su punto de equilibrio, su armonía.
Tal vez su obra sea un acto de reconciliación de la sociedad mexicana consigo misma, en un espíritu de juego y desde el reconocimiento de que no hay mayor autenticidad que cuando, al afirmar la propia vulnerabilidad, uno se reconoce en el prójimo.
La obra de Vilchis (Tacubaya, D.F., 1960; actualmente reside en Minas de Cristo, Mixcoac) se ha expuesto en diversos museos y galerías del país, así como en el Instituto Cultural de México en Miami y en una galería de Bordeaux, Francia. En 2003 editó el francés Rue des Miracles en Seuil, y un año después, la versión inglesa.
La originalidad de Vilchis consiste en transformar el exvoto tradicional al conservar la forma y despojarlo de su carácter religioso, y dotándolo de un contenido centrado en la Revolución mexicana --convirtiéndose de pronto en una especie de Orozco, Rivera y Siqueiros de la imagen de estampita--, sólo que con un mensaje ideal: el de la imaginación.
Así, por ejemplo, la fuga del penal de Santiago Tlatelolco el 16 de septiembre de 1912, se convierte en exvoto, donde el autor señala haber cumplido con el revolucionario al pedir por su libertad, lograda ese día.
La originalidad de Vilchis consiste en transformar el exvoto tradicional al conservar la forma y despojarlo de su carácter religioso, y dotándolo de un contenido centrado en la Revolución mexicana --convirtiéndose de pronto en una especie de Orozco, Rivera y Siqueiros de la imagen de estampita--, sólo que con un mensaje ideal: el de la imaginación.
Así, por ejemplo, la fuga del penal de Santiago Tlatelolco el 16 de septiembre de 1912, se convierte en exvoto, donde el autor señala haber cumplido con el revolucionario al pedir por su libertad, lograda ese día.
De igual manera, un devoto anónimo da gracias a San Miguel Arcángel porque sus hijos lograron “jullirse” con las fuerzas zapatistas en lugar de ser colgados por los federales.
DEL MURAL AL EXVOTO, MUCHOMÁS QUE UN CAMBIO DE TAMAÑO
Hacia el año 2002, Alfredo Vilchis emprendió su relato de la Revolución mexicana que hoy presentamos. En principio, sin el propósito de abarcarla por entero, como quien va descubriendo poco a poco un filón que lo llevaría muy lejos. Vilchis comenzó su aventura recurriendo a un formato diametralmente opuesto al mural: en lugar de las grandes superficies de los edificios públicos, utilizó pequeñas láminas de menos de 50 cm. de longitud. Pero su visión es renovadora en algo más que un simple cambio de formato.
Hombre de pueblo por extracción y por decisión, Vilchis recupera con naturalidad la forma de hablar que el exvoto es un género mixto en el que vale tanto la palabra, sentir e interpretar de hombres que habitualmente habían sido vistos como partes de la “bola”. Por su oficio de pintor de exvotos, ha escuchado muchas veces a personas que vieron acontecimientos milagrosos. Por su capacidad artística sabe imaginar; para él, es identificarse y, desde la identificación, compadecer…
Vilchis no describe episodios, sino instantes, fragmentos. No refiere capítulos de una épica, sino emociones, tribulaciones, gestos tan conmovedores que logran alejar la épica a un segundo plano para permitirnos escuchar los sentimientos, las voces de esos personajes, anónimos y ficticios.
El juego y el humor también refrescan el relato de Vilchis. Se trata de una revolución lúdica. Sus exvotos están llenos de guiños, para quien sabe leerlos…
De modo que Vilchis narra la Revolución de una manera indirecta, fragmentaria, íntima, lúdica, con voces menores y anónimas por más que den sus nombres, a la luz de la fe y en pequeños formatos. Pero en realidad se trata de una visión novedosa en la que se concilian aspectos de México habitualmente considerados como opuestos: el liberalismo y la religión, la lucha social y la fe católica, el orgullo nacional y la fragilidad íntima, la gesta histórica y el hecho sobrenatural, por citar algunos. Lo hace sin aspavientos, sin responder a una consigna, simplemente porque todos son ciertos desde su propia perspectiva, que es la de muchos otros. Pero este viraje en la representación de la Revolución es también una revolución en un género artístico peculiar, el exvoto.
LOS EXVOTOS Y EL AMBIGUOLUGAR DE LOS MILAGROS
La palabra exvoto vine de la frase latina ex voto suscepto que significa “deseo cumplido”…
Desde el punto de vista espiritual, los exvotos tienen raíces en una fe católica antigua, difundida en la Edad Media y preservada de una manera notable en México. Se trata de una devoción que confía en la intervención oportuna y constante de Dios en la vida diaria de las personas. De acuerdo con esta perspectiva, Dios provee e interviene en asuntos triviales lo mismo que en asuntos con una amplia repercusión…
EL EXVOTO, ¿UN GÉNERO ARTÍSTICO?
Habitualmente, los exvotos no se conciben como objetos estéticos. Se hacen para exhibirlos al público, es cierto, pero más que suscitar una emoción estética, buscan dar testimonio. Su primer público, a quien inicialmente están dirigidos, es Dios, la Virgen o los santos. Todos los demás son secundarios, aunque se requieran como testigos.
Los exvotos no recurren a la imagen por amor a la pintura, sino para mostrar de la manera más clara y elocuente lo que pasó. Por eso hoy día muchos exvotos ya no son pinturas, sino fotografías. Tal vez sólo ahora que la fotografía ha reemplazado a la pintura como instrumento testimonial, la pintura puede explorar otras posibilidades. En lo esencial, los exvotos no han variado en los últimos doscientos años. Lo que ha cambiado es su manera de estar presentes y de circular en la sociedad. Al principio, su destino eran las iglesias. Eran un vehículo de la fe. Más tarde se convirtieron en objetos de curiosidad, se coleccionaron como antigüedades y pasaron a decorar casas. Y aunque han tenido una marcada influencia en distintos artistas, como Frida Kahlo, sólo por recordar a una, gracias a un artista como Alfredo Vilchis, se pueden ver como un género actual y legítimo en el arte contemporáneo…
Hacia el año 2002, Alfredo Vilchis emprendió su relato de la Revolución mexicana que hoy presentamos. En principio, sin el propósito de abarcarla por entero, como quien va descubriendo poco a poco un filón que lo llevaría muy lejos. Vilchis comenzó su aventura recurriendo a un formato diametralmente opuesto al mural: en lugar de las grandes superficies de los edificios públicos, utilizó pequeñas láminas de menos de 50 cm. de longitud. Pero su visión es renovadora en algo más que un simple cambio de formato.
Hombre de pueblo por extracción y por decisión, Vilchis recupera con naturalidad la forma de hablar que el exvoto es un género mixto en el que vale tanto la palabra, sentir e interpretar de hombres que habitualmente habían sido vistos como partes de la “bola”. Por su oficio de pintor de exvotos, ha escuchado muchas veces a personas que vieron acontecimientos milagrosos. Por su capacidad artística sabe imaginar; para él, es identificarse y, desde la identificación, compadecer…
Vilchis no describe episodios, sino instantes, fragmentos. No refiere capítulos de una épica, sino emociones, tribulaciones, gestos tan conmovedores que logran alejar la épica a un segundo plano para permitirnos escuchar los sentimientos, las voces de esos personajes, anónimos y ficticios.
El juego y el humor también refrescan el relato de Vilchis. Se trata de una revolución lúdica. Sus exvotos están llenos de guiños, para quien sabe leerlos…
De modo que Vilchis narra la Revolución de una manera indirecta, fragmentaria, íntima, lúdica, con voces menores y anónimas por más que den sus nombres, a la luz de la fe y en pequeños formatos. Pero en realidad se trata de una visión novedosa en la que se concilian aspectos de México habitualmente considerados como opuestos: el liberalismo y la religión, la lucha social y la fe católica, el orgullo nacional y la fragilidad íntima, la gesta histórica y el hecho sobrenatural, por citar algunos. Lo hace sin aspavientos, sin responder a una consigna, simplemente porque todos son ciertos desde su propia perspectiva, que es la de muchos otros. Pero este viraje en la representación de la Revolución es también una revolución en un género artístico peculiar, el exvoto.
LOS EXVOTOS Y EL AMBIGUOLUGAR DE LOS MILAGROS
La palabra exvoto vine de la frase latina ex voto suscepto que significa “deseo cumplido”…
Desde el punto de vista espiritual, los exvotos tienen raíces en una fe católica antigua, difundida en la Edad Media y preservada de una manera notable en México. Se trata de una devoción que confía en la intervención oportuna y constante de Dios en la vida diaria de las personas. De acuerdo con esta perspectiva, Dios provee e interviene en asuntos triviales lo mismo que en asuntos con una amplia repercusión…
EL EXVOTO, ¿UN GÉNERO ARTÍSTICO?
Habitualmente, los exvotos no se conciben como objetos estéticos. Se hacen para exhibirlos al público, es cierto, pero más que suscitar una emoción estética, buscan dar testimonio. Su primer público, a quien inicialmente están dirigidos, es Dios, la Virgen o los santos. Todos los demás son secundarios, aunque se requieran como testigos.
Los exvotos no recurren a la imagen por amor a la pintura, sino para mostrar de la manera más clara y elocuente lo que pasó. Por eso hoy día muchos exvotos ya no son pinturas, sino fotografías. Tal vez sólo ahora que la fotografía ha reemplazado a la pintura como instrumento testimonial, la pintura puede explorar otras posibilidades. En lo esencial, los exvotos no han variado en los últimos doscientos años. Lo que ha cambiado es su manera de estar presentes y de circular en la sociedad. Al principio, su destino eran las iglesias. Eran un vehículo de la fe. Más tarde se convirtieron en objetos de curiosidad, se coleccionaron como antigüedades y pasaron a decorar casas. Y aunque han tenido una marcada influencia en distintos artistas, como Frida Kahlo, sólo por recordar a una, gracias a un artista como Alfredo Vilchis, se pueden ver como un género actual y legítimo en el arte contemporáneo…